martes, 28 de julio de 2009

Hacía tiempo que no veía ningún espectáculo de Toni Rumbau. La verdad es que, aparte de sus óperas y de sus libros, no conocía nada de su trabajo con las marionetas. Me habían hablado muy bien de A Dos Manos, mientras que de la obra El Doble y la Sombra me llegaron más bien matizaciones interesantes. Asistí pues con ganas, deseoso de cubrir este vacío respecto a un artista que conozco desde hace tiempo. Y la verdad es que quedé muy gratamente satisfecho.

No son los títeres mi especialidad, pero el espectáculo que presencié en el Pueblo Español de Barcelona resultó una total sorpresa. De entrada por la calidad visual de las sombras que surgen del retablo convertido en una caja que se ilumina por dentro. Mis recuerdos de la infancia se habían quedado con los típicos retablos opacos y algo casposos que esconden al titiritero de turno desde dónde mueve sus títeres, por lo general amables y muy domesticados, pues pertenezco a una generación que vivió ya en los albores de la corrección moralista en los espectáculos infantiles. Desconozco pues la tradición centenaria de los Títeres de Cachiporra que por lo visto es tremebunda y de una incorrección subida.

El espectáculo de Rumbau se adentra por estas vías de la tradición pero a su vez nos introduce en ellas mediante el calzador simbólico del teatro de sombras, a modo de contrapunto compensatorio. Pero lo más interesante para mi, fue ver como el retablo se hacía translúcido, mostrándonos con una estudiada sencillez sus interiores ocultos. Una sencillez casi ocultista, diríase, pues las manos del titiritero, de pronto convertido en mago alquimista, nos seducen y nos llevan al huerto con unos efectos visuales que a veces remiten al cine negro con sus juegos de cámara, y otras a una simbología de raíces ocultistas. Luego, los títeres rompen este espacio de poesía e imponen su lenguaje directo y desenfadado: Polichinela con su amigo el perro, y la hilarante escena con el policía.

Las sombras encadenan la nueva secuencia de títeres, introduciéndonos al Diablo, alter ego eterno de Polichinela, con el que ejecuta las clásicas luchas campales a estacazo limpio. Más oscura se pone la cosa cuando la Muerte aparece subida en un caballo y cruza todo el retablo siguiendo el ritmo del tambor. Tras las sombras, los títeres: una Muerte tremenda cuya tétrica figura sería capaz de levantar a un muerto de la tumba. Pero es obligación de Polichinela burlar a la pálida señora, y tras sus risas de vencedor, lo vemos enfrentarse a si mismo ante un espejo. De él saldrá una Polichinela misteriosa de nalgas blancas y desnudas. La escena del baile del personaje con su doble femenino es una de las más bellas de la obra, con una habanera como música de fondo que parece salida de una pianola de algún bar viejo de los de antaño…

Finalmente, regreso al tema de Polichinela: éste pone un huevo, es decir, se reproduce a si mismo. Lo deja en una cuna, bien acolchado por un cojín y un salvavidas marinero, y en compañía del perro, se despiden del público y del huevo.

Vuelven entonces las sombras. El registro simbólico se impone y Rumbau nos obsequia con una escena de alto voltaje poético, a la par sutil y melancólica, pues en ella los diferentes títeres van perdiendo su vitalidad atrapados por la mano del titiritero, que los convierte en unas simples siluetas, para alimentar la caja de las transformaciones. Y aquí es dónde vuelve a sorprendernos la obra: en vez de algún Polichinela pequeño, del cubo mágico –¡atención con la presencia del cubo en esta obra, una de las últimas obsesiones del autor!– sale una reducción abstracta del mismo retablo translúcido, provisto de un gong empequeñecido que suena con lacónica y ensoñadora cadencia zen…

Una obra que aúna vitalismo y sensibilidad filosófica, con ingredientes de magia teatral y de simbolismo alquímico. Y cruzándola con inusitada desfachatez, la risa despiadada de Polichinela que nos incita a la rebeldía y a la libertad.

Para concluir: un trabajo en el que Rumbau ha puesto de lo mejor de si mismo, con una agradecida contención en la forma y en el tiempo, a modo de fiel homenaje a uno de los oficios más antiguos del mundo.


Postdata. Fue un placer visitar de nuevo el viejo Pueblo Español: no lo vi tan viejo y me encantaron los aires decadentes y casi operísticos de sus escenografías arquitectónicas. Además, vi pocos turistas el día que lo visité y los que había parecían encantados de estar allí. Un añadido que sin duda ayudó al buen éxito de la jornada.


Conrado Domínguez

jueves, 9 de julio de 2009

Aviso a modo de entrada

Los amigos siempre son mala compañía. Sino, a qué viene esta urgencia en tener voz propia. ¡Ni que estuviéramos en el paraninfo del mundo entero! Pero ahí me veo, lanzada mi voz al parterre de los internets, esas redes infinitas que más parecen las cloacas abstractas del planeta, que su virtualidad doble, como muchos proclaman.

El asunto es que surgen ocasiones en las que uno siente la necesidad de proclamar tal o cual cosa, sin que importe mucho los lectores que reciba. Bien sabido es como a veces determinadas situaciones excitan las hormonas del declaracionismo y la pontificación. Me dejo pues llevar por mis impulsos artificiales y hago pública mi voz propia. Aún no sé de qué voy a hablar. Pero si alguien protesta, les diré que la culpa no es mía, sino de mis amigos.

Conrado.